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el techo del mundo Venecia sitiada en pleno inviemo. Un cinturón de ejércitos feudales, ágiles como el desdén, aguardan la señal para atacar: buscan las fronteras de cierta región inexplicable, eso tan frágil que -- dicen -- se prostituye a lo invisible. Los venecianos se mueven como hormigas, se alistan a devolver la afrenta en el corazón de la batalla. En medio de la barahúnda, tomo de la mano a un niño, lo llevo al embarcadero y lo acuesto conmigo en una góndola mirando el cielo. Desde ahí, podemos seguir el mudo viento, el latido inintencional de la ciudad, la fiebre de la laguna helada, los caballos que atraviesan el cementerio en dirección a Mestre y también, más allá, los guerreros que llenan las riberas como cuervos, sus negras banderas de seda flameando como hordas de un motín siniestro. Ah, el cielo es un espejo. Y la escena una danza estática, insaqueada en su belleza. --Algo quiere fracasar sin dejar huellas -- digo --. La forma es el disfraz del tiempo. Después nos quedamos, el niño y yo, rumiando el curso de las estrellas. |
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©1994, Maria Negroni. Translation ©1997, Anne Twitty.
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